martes, 18 de junio de 2013

PACO URONDO (Selección poética)


Milonga del marginado paranoico


Parece mentira

que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y
parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando: quisiera saltar
como Juan L. Ortiz, vociferar
como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron
de mano; segundo, no me sale bien y aquí
empieza todo nuevamente: otro sufrimiento
igual a diapasones y recursos
que conozco perfectamente y que no vale la pena
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque
      tendré que ir
reconociendo que no he sabido
hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque
que nos traga la lengua; pido entonces disculpas
por la mala impresión, por las exageraciones.




Muchas gracias


Sirve y me inclino

ante tu palabra, luz de mi pensamiento. Abrirán
las puertas, dejarán entender: los artistas, los
intelectuales, siempre
han sacudido el polvo de la realidad; descubrieron
caminos, emancipaciones
que no siempre lograron recorrer: era
prematuro en algunos casos, en otros fue distinto
– convengamos–, otras palabras son, bajar
la corredera de la mira, buscar con el guión
y dar justamente sobre algo que puede
moverse; un bulto,
un meneo a menos de cien metros
de tu corazón vulnerable, también enemigo.


La suerte ha dejado aquí de andar

fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las
flagrancias: esa mano
allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron
en evidencia y el amor
no aparecía por ninguna parte. Recompuestos
de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie
pudo negar que en este país, en este
continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.


Aquí estoy perdiendo amigos, buscando

viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente
la vida, queriendo respirar
trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir
volando para no hacer agua, para
ver toda la tierra y caer en sus brazos.

Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930. Poeta, periodista, académico y militante político. Urondo dio su vida lunchando por el ideal de una sociedad más justa. Murió en Buenos Aires en junio 1976, enfrentando a la genocida dictadura militar. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez.


El ocaso de los dioses


No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el

      vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
      las maderas de la adolescencia.


Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda

      favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
      reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
      crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.


Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,

      de nuestro hacer, de nuestra música, del único
      amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
      tactos y la impresión hicieron su universo.


Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo

      nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
      esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
      culpa.


Y todo termina con una esperanza, con una dilación

      –"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
      lugar donde es menester el coraje.