“Misión espacial al asteroide del General”, Fabián C. Casas
El primer día del año 1998 amaneció gloriosamente despejado. Desde
su casa de la calle 17, el subsecretario de Ciencia y Técnica de la Municipalidad de
Berazategui, el doctor Juan Otto, se dijo que ese sería, en fin, otro día
peronista. Se le ocurrió que el año empezaba bien. Tal vez 1998 sería el año
peronista que todos soñaban. Contento como estaba, decidió conectarse a
Internet para ver qué se decía en los círculos científicos sobre el clima
venidero. Enchufó el módem, abrió el Netscape y se puso a esperar que cargara
la página del Yahoo. Entre los resultados de su búsqueda climática, por
capricho del buscador, obtuvo un enlace muy interesante hacia el sitio de
efemérides astronáuticas que publicaba la revista digital argentina “Axxón”,
especializada en ciencia ficción. Y allí, en medio de los ocultamientos y
conjunciones, bien situado en medio de noviembre, estaba el notición del año:
el asteroide 8230, “Perón”, completaría en noviembre su mejor aproximación a la Tierra en miles de años. La
primera sorpresa para el Intendente fue que el General tuviera un asteroide, la
segunda fue que nadie más lo supiera. “¿Vos estás seguro, Juancito?”, preguntó.
“Lo dice Internet”, juró el subsecretario. Los acontecimientos se sucedieron en
forma vertiginosa. Una semana después, se convocó una reunión secreta del
gabinete municipal y los ediles justicialistas. La mayoría tuvo que suspender
sus vacaciones en la costa para regresar ese martes de enero a la ciudad
castigada por el calor insoportable del estío. Se reunieron a la noche, en el
Salón de Ceremonial del segundo piso. Allí, el querido Intendente se dirigió a
sus seguidores. “Compañeros, amigos míos: el asteroide Juan Domingo Perón a fin
de año pasará cerca de nuestro planeta. Vamos a mandar a ese planetoide una
nave espacial y pondremos en su superficie inmaculada una placa recordatoria en
homenaje al líder. Elegimos hacer esto no porque sea fácil o porque nos venga
bien, sino por todo lo contrario, porque es un desafío a nuestro genio y
voluntad. Antes de que termine este año, pondremos el nombre de Berazategui, de
esta comunidad y de su Intendente en ese asteroide. La lista de quienes quieran
acompañarme se grabará en metal y brillará por toda la eternidad, ya que en el
espacio no hay óxido.”
Lo que sucedió a continuación de los diez segundos de asombrado silencio fue
un ciclón de ideas y movimientos que se tranquilizó recién hacia mediados de
julio de ese año. Para ese entonces, la maquinaria del poder oculto pero
imparable del municipio de Berazategui, capital nacional del vidrio, ya había
logrado asegurar la misión espacial destinada a conmover a todo el movimiento
justicialista y al mundo. Todo se hizo a pulmón y con el trabajo desinteresado
de decenas de voluntarios quienes, guardando el más absoluto secreto, movieron
influencias, pagaron sobornos y hasta amenazaron para lograr el objetivo. El
resultado fue que la
Universidad Tecnológica Nacional grabó la placa y adaptó el
impulsor del cohete que la llevaría al asteroide 8230 en una trayectoria
cuidadosamente planeada por un astrónomo orbital paraguayo que le debía unos
pesos al cuñado del Intendente. Un ingeniero de la compañía Limpsat había
logrado sabotear el software de la misión para desviar el satélite, que
lanzarían en octubre, para que adoptara los elementos orbitales necesarios para
el lanzamiento de la sonda, utilizando como plataforma el mismo satélite.
Incluso un técnico de la NASA,
egresado del Politécnico, prometió que haría una reorientación del telescopio
orbital para registrar el momento del impacto de la sonda. Los esfuerzos se
sumaron de todos lados y, finalmente, se llegó a un plan de misión secretísimo
y originalmente prometedor. Algún rumor se filtró, porque el Palacio Municipal
fue asaltado furtivamente en dos ocasiones, las cuales quedaron registradas
oficialmente como “intento de robo”; aunque todos sospecharon de la impotente
mano de la CIA
que desesperaba por encontrar datos sobre la misión espacial secreta del
municipio. Finalmente se llevó a cabo el lanzamiento, presenciado por las
autoridades municipales en la Guyana Francesa, aunque los trece funcionarios,
incluyendo a Corina Freites, la secretaria privada, tuvieron que disfrazarse de
nativos para no levantar sospechas ante las autoridades del centro de
lanzamiento, ubicado en medio de la selva ecuatorial. En teoría se estaba
poniendo en órbita un satélite de comunicaciones privado, pero no bien se
separó del impulsor principal el cohete Ariane, el vehículo experimentó una
anormalidad que en tierra se interpretó como un mal posicionamiento sin remedio
alguno que llevaba a la nave en una órbita excéntrica. En realidad, la misión
espacial berazateguense había comenzado. El aceitado aparato de inteligencia
municipal dejó entonces deslizar un falso rumor: Francia había puesto en órbita
un arma secreta. El técnico de la
NASA que participaba del complot prontamente informó a sus
superiores oficiales que el satélite se dirigía a un asteroide. La reacción fue
inmediata y las autoridades norteamericanas aceptaron reorientar el telescopio
más potente de la humanidad para seguir el progreso de la difunta nave espacial
anónimamente secuestrada. La misión fue todo un éxito e incluso el Intendente
llegó a recibir un telefax con la fotografía del asteroide en el momento en que
la sonda hace impacto, levantando una casi imperceptible nube de polvo. Se
convocó a la prensa para hacer el anuncio al día siguiente, puesto que el
mundo, pero en particular cada vecino de Berazategui, merecía conocer la proeza
científica y técnica de un municipio que podría parecer al ojo desprevenido una
ciudad más del conurbano bonaerense, pero que en realidad era la cuna de una
nueva humanidad, noble, cristiana, pero sólidamente científica y sobre todo,
justicialista.
Juan Otto estuvo inicialmente de acuerdo y se mostró entusiasmado, pero al
día siguiente era otra persona. Algo durante la noche o la madrugada le había
cambiado el ánimo por completo: llegó apresuradamente para detener el anuncio
con el argumento de que Limpsat podría hacer juicio por su satélite perdido y
el municipio no podría afrontar la indemnización. Nadie le quería hacer caso,
pero el subsecretario fue tan persuasivo que, finalmente, se decidió mantener
todo en secreto hasta que en un futuro el supuesto crimen proscribiera. El
Intendente se contentó con la foto del impacto de la sonda y la copia hecha
sobre carbónico de la placa recordatoria que ahora adornaba la superficie del
asteroide del General. Quienes lo han visitado en su despacho juran que las conserva
en una vitrina, sobre terciopelo azul. Los envidiosos de la vecina ciudad de
Quilmes han lanzado últimamente una falsa cadena de email, diciendo que el
asteroide 8230 en realidad se llama Peroná, con tilde en la “á”, en honor a un
personaje del carnaval veneciano, y que la computadora del Dr. Otto, quien
presumía de moderno porque navegaba por Internet, carecía de una placa gráfica
adecuada y por eso no mostraba las vocales con tilde, dando lugar al equívoco
que llevó a Berazategui al espacio. Nadie le dijo nunca nada al Intendente de
esa versión poco probable. Cierto o no, ningún asteroide, que al fin y al cabo
así como vienen se van, logrará eclipsar el brillo de los triunfos
astronáuticos del pueblo.
Berazategui, a diferencia de otras superpotencias del globo, aún no ha
clausurado su incipiente carrera espacial.
Que sirva de ejemplo
http://axxon.com.ar/rev/2011/01/mision-espacial-al-asteroide-del-general-fabian-c-casas/