martes, 29 de mayo de 2012

“Misión espacial al asteroide del General”, Fabián C. Casas


“Misión espacial al asteroide del General”, Fabián C. Casas

El primer día del año 1998 amaneció gloriosamente despejado. Desde su casa de la calle 17, el subsecretario de Ciencia y Técnica de la Municipalidad de Berazategui, el doctor Juan Otto, se dijo que ese sería, en fin, otro día peronista. Se le ocurrió que el año empezaba bien. Tal vez 1998 sería el año peronista que todos soñaban. Contento como estaba, decidió conectarse a Internet para ver qué se decía en los círculos científicos sobre el clima venidero. Enchufó el módem, abrió el Netscape y se puso a esperar que cargara la página del Yahoo. Entre los resultados de su búsqueda climática, por capricho del buscador, obtuvo un enlace muy interesante hacia el sitio de efemérides astronáuticas que publicaba la revista digital argentina “Axxón”, especializada en ciencia ficción. Y allí, en medio de los ocultamientos y conjunciones, bien situado en medio de noviembre, estaba el notición del año: el asteroide 8230, “Perón”, completaría en noviembre su mejor aproximación a la Tierra en miles de años. La primera sorpresa para el Intendente fue que el General tuviera un asteroide, la segunda fue que nadie más lo supiera. “¿Vos estás seguro, Juancito?”, preguntó. “Lo dice Internet”, juró el subsecretario. Los acontecimientos se sucedieron en forma vertiginosa. Una semana después, se convocó una reunión secreta del gabinete municipal y los ediles justicialistas. La mayoría tuvo que suspender sus vacaciones en la costa para regresar ese martes de enero a la ciudad castigada por el calor insoportable del estío. Se reunieron a la noche, en el Salón de Ceremonial del segundo piso. Allí, el querido Intendente se dirigió a sus seguidores. “Compañeros, amigos míos: el asteroide Juan Domingo Perón a fin de año pasará cerca de nuestro planeta. Vamos a mandar a ese planetoide una nave espacial y pondremos en su superficie inmaculada una placa recordatoria en homenaje al líder. Elegimos hacer esto no porque sea fácil o porque nos venga bien, sino por todo lo contrario, porque es un desafío a nuestro genio y voluntad. Antes de que termine este año, pondremos el nombre de Berazategui, de esta comunidad y de su Intendente en ese asteroide. La lista de quienes quieran acompañarme se grabará en metal y brillará por toda la eternidad, ya que en el espacio no hay óxido.”

Lo que sucedió a continuación de los diez segundos de asombrado silencio fue un ciclón de ideas y movimientos que se tranquilizó recién hacia mediados de julio de ese año. Para ese entonces, la maquinaria del poder oculto pero imparable del municipio de Berazategui, capital nacional del vidrio, ya había logrado asegurar la misión espacial destinada a conmover a todo el movimiento justicialista y al mundo. Todo se hizo a pulmón y con el trabajo desinteresado de decenas de voluntarios quienes, guardando el más absoluto secreto, movieron influencias, pagaron sobornos y hasta amenazaron para lograr el objetivo. El resultado fue que la Universidad Tecnológica Nacional grabó la placa y adaptó el impulsor del cohete que la llevaría al asteroide 8230 en una trayectoria cuidadosamente planeada por un astrónomo orbital paraguayo que le debía unos pesos al cuñado del Intendente. Un ingeniero de la compañía Limpsat había logrado sabotear el software de la misión para desviar el satélite, que lanzarían en octubre, para que adoptara los elementos orbitales necesarios para el lanzamiento de la sonda, utilizando como plataforma el mismo satélite. Incluso un técnico de la NASA, egresado del Politécnico, prometió que haría una reorientación del telescopio orbital para registrar el momento del impacto de la sonda. Los esfuerzos se sumaron de todos lados y, finalmente, se llegó a un plan de misión secretísimo y originalmente prometedor. Algún rumor se filtró, porque el Palacio Municipal fue asaltado furtivamente en dos ocasiones, las cuales quedaron registradas oficialmente como “intento de robo”; aunque todos sospecharon de la impotente mano de la CIA que desesperaba por encontrar datos sobre la misión espacial secreta del municipio. Finalmente se llevó a cabo el lanzamiento, presenciado por las autoridades municipales en la Guyana Francesa, aunque los trece funcionarios, incluyendo a Corina Freites, la secretaria privada, tuvieron que disfrazarse de nativos para no levantar sospechas ante las autoridades del centro de lanzamiento, ubicado en medio de la selva ecuatorial. En teoría se estaba poniendo en órbita un satélite de comunicaciones privado, pero no bien se separó del impulsor principal el cohete Ariane, el vehículo experimentó una anormalidad que en tierra se interpretó como un mal posicionamiento sin remedio alguno que llevaba a la nave en una órbita excéntrica. En realidad, la misión espacial berazateguense había comenzado. El aceitado aparato de inteligencia municipal dejó entonces deslizar un falso rumor: Francia había puesto en órbita un arma secreta. El técnico de la NASA que participaba del complot prontamente informó a sus superiores oficiales que el satélite se dirigía a un asteroide. La reacción fue inmediata y las autoridades norteamericanas aceptaron reorientar el telescopio más potente de la humanidad para seguir el progreso de la difunta nave espacial anónimamente secuestrada. La misión fue todo un éxito e incluso el Intendente llegó a recibir un telefax con la fotografía del asteroide en el momento en que la sonda hace impacto, levantando una casi imperceptible nube de polvo. Se convocó a la prensa para hacer el anuncio al día siguiente, puesto que el mundo, pero en particular cada vecino de Berazategui, merecía conocer la proeza científica y técnica de un municipio que podría parecer al ojo desprevenido una ciudad más del conurbano bonaerense, pero que en realidad era la cuna de una nueva humanidad, noble, cristiana, pero sólidamente científica y sobre todo, justicialista.

Juan Otto estuvo inicialmente de acuerdo y se mostró entusiasmado, pero al día siguiente era otra persona. Algo durante la noche o la madrugada le había cambiado el ánimo por completo: llegó apresuradamente para detener el anuncio con el argumento de que Limpsat podría hacer juicio por su satélite perdido y el municipio no podría afrontar la indemnización. Nadie le quería hacer caso, pero el subsecretario fue tan persuasivo que, finalmente, se decidió mantener todo en secreto hasta que en un futuro el supuesto crimen proscribiera. El Intendente se contentó con la foto del impacto de la sonda y la copia hecha sobre carbónico de la placa recordatoria que ahora adornaba la superficie del asteroide del General. Quienes lo han visitado en su despacho juran que las conserva en una vitrina, sobre terciopelo azul. Los envidiosos de la vecina ciudad de Quilmes han lanzado últimamente una falsa cadena de email, diciendo que el asteroide 8230 en realidad se llama Peroná, con tilde en la “á”, en honor a un personaje del carnaval veneciano, y que la computadora del Dr. Otto, quien presumía de moderno porque navegaba por Internet, carecía de una placa gráfica adecuada y por eso no mostraba las vocales con tilde, dando lugar al equívoco que llevó a Berazategui al espacio. Nadie le dijo nunca nada al Intendente de esa versión poco probable. Cierto o no, ningún asteroide, que al fin y al cabo así como vienen se van, logrará eclipsar el brillo de los triunfos astronáuticos del pueblo.
Berazategui, a diferencia de otras superpotencias del globo, aún no ha clausurado su incipiente carrera espacial.
Que sirva de ejemplo
http://axxon.com.ar/rev/2011/01/mision-espacial-al-asteroide-del-general-fabian-c-casas/